miércoles, 27 de noviembre de 2013

Nunca debí renunciar, proyecto de noviembre de "Adictos a la escritura"

La propuesta de este mes en "Adictos a la escritura" es presentar una historia en primera persona, o sea, donde el protagonista es quien la cuenta, con el aditamento de que cada participante cambie el sexo respecto de sí mismo.

Ahora bien, podréis observar que hay momentos en que la mujer protagonista cuenta sobre sí misma en segunda persona, como si hablase de otra persona, aunque sigue siendo ella; pero la cuestión es que hay cicatrices que duelen sólo de recordarlas y a veces el alejamiento de uno mismo es un intento de sobrellevar el dolor.

Os dejo con la historia:


NUNCA DEBÍ RENUNCIAR

Nunca. Yo lo hice. ¡Tonta de mí! Y eso que sólo fue de palabra. Me fié de él. ¡Qué gran error!
¡Cuánto tiempo sin expresar, sin atreverme a volcar recuerdos y sentimientos! Sólo de pensarlo ya me doy cuenta que fue una tontería; pero es que fue peor, mucho peor y, sin darme cuenta, esas palabras marcaron mi vida durante mucho tiempo.
Claro que entonces eran días románticos, de manera que no te paras a pensar y dices lo que sientes en ese momento, sin pretender que sea una afirmación absoluta. Pero qué más da si la otra persona coge tus propias palabras y las utiliza en su propio beneficio.
Al principio fue bien. Supongo que así ocurre siempre y no reparé en la desdichada realidad que se me acercaba. Poco a poco, fueron menguando los momentos dulces, mientras comenzaban a apuntar algunos problemas.
Piensas que será una situación pasajera, más bien confías en que solamente sea eso y dejas que pase el tiempo... pero no mejora nada, al contrario, empeora cada vez más. Hasta que llega un día, cuando te convences finalmente que ya has sufrido demasiado, más de lo que puedes soportar y que se ha acabado todo.
De aquellos días no quiero recordar nada. Todo se rompe alrededor: tu vida, tus proyectos, tus sueños. Solamente quería retirar aquella persona de mi vida por siempre jamás. Pero parece como si tirases también por la borda todo lo que importaba. Luego no quedan más que desechos. En ese momento, toda tu vida es otro desecho.
Tienes la esperanza de que después saldrías bastante bien librada, pero no fue así. Ni por asomo. Pasan los días y te hundes. No tienes ganas de nada, la vida no vale nada, tú no vales nada.
Y es entonces cuando la gente te hunde más todavía, incluso te impide salir a flote. Esa buena gente que te rodea y te hace comentarios con la mejor de sus intenciones, pero sin sospechar el terrible alcance de sus palabras.
Sí, esa buena gente que intentaba restañar mis heridas, aún me hacía más daño. No se percataban de que sus palabras hurgaban en unas cicatrices que aún permanecían abiertas y las enconaban todavía más.
Y claro, no dices nada, ¿qué vas a replicar ante esas frases mil veces repetidas?
—¡Pero, chica! ¿Cómo te ha podido pasar eso a ti?
¿Acaso le puedo responder que no soy especial, ni tampoco diferente; que solamente soy una más, como todas?
—¡Oye! Que no nos lo esperábamos, si es que hacíais tan buena pareja.
Tampoco puedo decirle que también era así con la casa a la vera del río, pero ya sabemos que pasa cuando diluvia y la corriente arrastra con todo.
—¡Ay! Una chica tan maja como eres y que tengas que pasar por este mal trago.
¿Qué mal trago? ¡Por favor! ¿Este de ahora o el de antes? Porque lo peor es que me hagáis recordar a cada momento lo que quiero olvidar con toda mi alma.
Pasan los días, pero todas esas palabras, repetidas una y mil veces, se quedan dentro, ensuciándolo todo, con un amargor que no te puedes limpiar, por más que lo intentes.
No sé si me conocía demasiada gente o era la comidilla del momento, lo cierto era que casi todas las personas con las que me cruzaba, ya fuese en medio de la calle o en cualquier esquina, se me quedaban mirando o se hacían comentarios entre sí.
Hasta que hubo un día en que no pude más. No soportaba continuar viviendo en el mismo sitio de siempre. No soportaba ver la misma gente cada día. No me soportaba a mí misma...
Vale, sí, hay alternativas, pero no me sentí con fuerzas para seguir allí donde siempre había estado y cambié de lugar. ¿Lejos? ¡Qué más da! Es igual, lo importante era ir a otro lugar: un nuevo empezar, con nuevas personas, nuevas caras que me iban resultando conocidas poco a poco.
Al principio salía poco a la calle, sólo lo justo, me sentía extraña, desplazada, sin raíces. Todo me resultaba desconocido: lo que veía por la ventana, los ruidos que se filtraban por las paredes, incluso veía diferente a la gente.
Ni tan solo podía decirme a mí misma que estaba en mi hogar. Todo lo que veía alrededor me resultaba raro. Incluso llegué a extrañar lo que había dejado atrás, por malo que hubiese sido.
Fue pasando el tiempo. Tal vez el suficiente y, por fin, pude ir tranquila por la calle.
Llegó un día que pensé que los colores habían vuelto a la ciudad. Ya sé que nunca se habían ido, pero antes no los veía. Hasta aquel momento sólo había grises, como agrisada estaba mi alma.
También contemplé las sonrisas de la gente, sin que ahora me pareciesen una burla. Solamente era alegría, sin más trascendencia que un gesto agradable en el semblante.
Se me llenaron los ojos de lágrimas y no pude hacer más que volver rápidamente y encerrarme en mi cuarto.
Allí dentro me dejé llevar por la emoción y lloré. Lloré todo lo que no había llorado antes... hasta que, por fin después de mucho tiempo, pude mirar atrás y comprender que era el momento de vivir y ser de nuevo yo misma.


Selin

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viernes, 1 de noviembre de 2013

Participación en el "Vendaval terrorífico" de la Escuela de Fantasía

El año pasado participé con una versión reducida de "Lahoguera de Samaín" que había publicado un día antes de acuerdo con el proyecto mensual de "Adictos a la escritura" y este fue el resultado, compartido con una cincuentena derelatos más:


La hoguera de Samaín
Safia permanecía sentada a la lumbre. Estaba sola, protegida por las llamas serpenteantes de las presencias que se adivinaban en el bosque. No le vio llegar. A su lado, observando también la hoguera, vio a Jonás. Los reflejos de las llamas en la niebla formaban imágenes, un recuerdo de aquellos que ya no estaban. Cuando las primeras luces del alba colorearon el cielo aún oscuro, Safia le invitó a irse. El espíritu de Jonás había vagado por las sombras hasta que la luz, en la noche de Samaín, le había mostrado el camino.


En esta ocasión no espero a compartir la historia que publiqué. Aquí la tenéis:


Reencuentro
El sueño se había repetido una y otra vez hasta que aceptó el contacto. Primero fue mediante el reverso de una moneda, marcando letra tras letra en un pergamino. Luego continuó la comunicación a través de un vaso invertido. Los mensajes le llevaron hasta una cripta del cementerio. Dentro esperaba impaciente el espíritu que había invocado y que entró en su cuerpo nada más cruzar el umbral. Separados al nacer, por fin estaban unidos de nuevo. Ahora para siempre.


El resto de historias lo podéis leer aquí: Vendaval terrorífico: milmicros para el uno

Selin


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