lunes, 23 de febrero de 2015

Sin escapatoria

Después de un tiempo sin participar en "Adictos a la escritura", vuelvo con una pequeña historia dentro del proyecto de febrero: Amor, amor...:


SIN ESCAPATORIA


Un movimiento entre las sombras fue el anticipo del peligro, atrapados por ambos lados sin saber qué era lo que se acercaba con aspecto amenazador.
La premonición de lo que pasaría la había tenido Paula la noche anterior. No hizo mucho caso al principio y ahora se arrepentía. Escondidos en un hueco, empezó a recordar cómo había ido el día hasta llegar allí:

Estaba nerviosa, intranquila respecto de la excursión del fin de semana. Y eso que también estaba ilusionada con la idea de pasar dos días románticos lejos de todo y de todos. Bueno, románticos y algo más también. Ni ella ni Alex desperdiciarían tan buena oportunidad.
Se justificó recordando que había pasado mala noche. Una pesadilla, de la que recordaba poco más que fragmentos dispersos, la había alterado y luego apenas pudo conciliar el sueño.
La mañana en la oficina estaba entretenida con las interrupciones provocadas por los comentarios de las compañeras de trabajo sobre la festividad de San Valentín. No era su día y su participación se limitó a poco más que escuchar sus propósitos y expectativas, intentando que su desgana pasase desapercibida con los mínimos comentarios para no parecer descortés.
Se escabulló cuando llegó la hora de comer. Si salía con ellas, estaría demasiado expuesta a sus miradas inquisitivas y no se veía con ánimo para explicaciones. Luego volvió rápido y siguió con la rutina diaria del trabajo.
Estaba recogiendo cuando entró en el móvil una llamada de Alex. La aceptó y antes de que pudiese decir nada escuchó su voz impaciente:
—¿Piensas quedarte ahí toda la tarde?
—Hola a ti también, ¿qué te pasa?
—¿Sabes qué hora es?
—Estaba recogiendo, chato, y si me entretienes, tú mismo, más que esperarás.
—Vale, Paula, perdona, lo siento…
—Déjalo, Alex, no pasa nada. En cinco minutos bajo, ¿de acuerdo?
—De acuerdo, te espero en la puerta. Chao.
Se quedó mirando el móvil, que marcaba la interrupción de la llamada. «Mierda, tendré que darme prisa para no cruzarme con todas en la salida». Sin esconder nada, prefería ser discreta y mantenía reserva sobre su vida privada. Lo cierto era que no le apetecía empezar a recibir los insidiosos comentarios que seguro surgirían si la veían con Alex. Sobre todo al acercarse esa fecha tan empalagosa de la que habían estado hablando todo el día.
Aún no habían pasado ni tres minutos que salió por la puerta principal. Arrastraba tras ella un roller mediano, que ya traía preparado de casa por la mañana. Vio que Alex estaba en la acera observando el tráfico, tan absorto como ausente a su llegada. Se acercó por detrás y le apeteció darle un pequeño empujón al verle tan tranquilo después de haberla acuciado unos minutos antes y ponerla más nerviosa de lo que estaba.
—¿A esto tanta prisa?
Alex se giró con un sobresalto.
—No, yo no… Es que no te he visto llegar…
—Eso ya lo veo —le dijo y continuó mientras le examinaba el rostro—: ¿Con qué estabas así de embelesado?
—Nada, estaba esperando y nada más. —Cada vez estaba más incómodo con sus vanos intentos de justificación y pensó que lo mejor sería que empezasen la excursión cuanto antes—. ¿Vamos? —Señaló hacia donde estaba el coche aparcado  y se puso en marcha.
Le alcanzó enseguida y siguieron juntos hasta el hueco de la zona azul donde estaba aparcado el vehículo.
Alex abrió el portón trasero. Era un coche pequeño y el maletero tenía las dimensiones en consonancia. Paula acomodó el roller en el mínimo hueco que dejaban en un rincón los bultos de la mochila y la tienda de campaña. Subieron al coche y se pusieron en marcha hacia su destino.
El tráfico resultó más fluido de lo que se podía esperar de un viernes por la tarde y todavía llegaron con luz de día al interior del parque natural. El lugar que había escogido Alex quedaba resguardado en una arboleda, muy cerca de una presa, que se veía al fondo y que estaba llena, casi a rebosar.
—¿Estaremos bien aquí? —preguntó, mirando alrededor—. ¿No habrá mosquitos, verdad, ni arañas? —Al mencionar los bichos, miró alrededor, mientras se encogía como si así pudiese evitarlos.
—No creo que haya mucho bicho todavía, ha hecho bastante frío hasta ahora —respondió en un intento de tranquilizarla.
—Bueno, ya veremos, no me fío mucho.
—Antes de plantar la tienda, podríamos dar un paseo. ¿Te parece?
Era un intento de desviar la atención y atenuar la preocupación que asomaba en ella, una forma de continuar con buen ánimo la salida y evitar que se estropease desde un principio.
—Vale, veamos cómo es el sitio —Paula comprendió su intención y pensó que vendría bien un poco de relajación antes de acometer la preparación de la acampada.
Aún no habían sacado nada del coche. Se aseguraron de que no había nada a la vista y Alex lo cerró.
Dejaron atrás la arboleda y contemplaron el paisaje que se ofrecía ante sus ojos. Habían llegado pronto y todavía estaban solos. La presa parecía un lago de montaña rodeado de vegetación por casi todas partes; solamente si se miraba hacia la derecha, donde destacaba la línea recta del muro que coronaba la presa, se veía que era una construcción.
Llegaron cerca de la orilla, que casi lamía la linde del bosque. Un sendero permitía recorrer el perímetro, al menos en esta banda de la presa. El muro quedaba cerca, a unos cien metros de donde estaban, y llamó la atención de Alex.
—¿Paula, te parece que vayamos? —dijo señalándolo.
—¿No será peligroso, Alex?
—¡Qué va! ¡Venga, vamos, no seas cobardica!
Cedió, pero mientras se acercaban le volvieron algunas imágenes entremezcladas de la pesadilla que había tenido por la noche. Sintió de nuevo el desasosiego al rememorarlas: un lugar oscuro, cerrado, la perseguían en una carrera sin fin. Intentó animarse pensando que no era probable que fuese a ocurrir algo parecido en aquel lugar, ya que no se parecía en nada.
Llegaron enseguida al límite del muro, lo bastante ancho para tener un paso transitable hasta el otro lado. Aunque la represa era reducida, la vista hacia la parte inferior del valle impresionaba igualmente por la altura.
Después de recorrer un trecho y mirar las vistas alrededor, Alex se fijó en unas escaleras que serpenteaban hacia abajo donde se unía el paramento de la presa con el talud del terreno y enlazaban con una pasarela de la estructura a media altura.
—¿Has visto eso? ¡Se puede bajar por ahí!
Se asomó también para ver aquello. Sintió un sobresalto de premonición e intentó hacerle razonar:
—Deberíamos volver, Alex, que se nos hará de noche.
—Será un momento, enseguida volveremos —Para acabar de convencerla, añadió—: Un vistazo y nada más, ¿de acuerdo?
—Bueno, vale, pero solo un vistazo, que te conozco —No quiso reconocer que estaba un poco asustada, pero por dentro sentía repelús.
Fueron hasta el principio de la escalera y bajaron hasta la pasarela. Se veía segura. Era de obra y la barandilla metálica, aunque vieja, estaba en buen estado. Llegaron hasta cerca de la mitad del recorrido, allí había una puerta entreabierta y permitía acceder al interior de la mampostería.
—No, Alex, no —dijo enseguida para quitarle la idea—. Ya toca volvernos.
—Bueno, ya que estamos...
Iba a recordarle el pacto cuando notó movimiento hacia el extremo lejano de la presa. La luz ambiental había disminuido un poco y una oscuridad creciente se adueñaba de la zona donde estaban. No se distinguía bien lo que era que bajaba por las escaleras del fondo. Unos fulgores rojizos delataban su desplazamiento. El temor atenazó su cuerpo.
—Vámonos, por favor, Alex, tengo miedo —Tiró de él para que se volviesen por donde habían venido.
Se detuvieron al comprobar que por el otro lado, aquel del que venían, también bajaba algo parecido. Estaban acorralados. No tenían más opción que la puerta, que tanto podía ser refugio como encerrona.
—Ven, Paula, entremos aquí.
—¿Y qué haremos después?
—No lo sé, ya lo veremos. ¡Venga, vamos!
Cruzaron el umbral. Alex agarró la puerta e intentó cerrarla. Estaba encallada por la suciedad acumulada en el suelo y apenas se movió unos centímetros. Ahora escuchaban bastante ruido de voces y pasos.

Dentro del hueco donde estaban escondidos, Paula alumbró con el móvil. El pasadizo acababa cerca en otra puerta, cerrada. Vio recostado contra la pared un palo largo con una banderola de colores. De repente se oyeron lo que parecía disparos amortiguados, bastante seguidos. Duró un minuto escaso que se les hizo eterno. Luego, un instante de silencio roto por un griterío alborozado.
La curiosidad les hizo asomarse. Se acercaba alguien vestido con traje de camuflaje, casco y enmascarado.
—¿Quiénes sois vosotros? ¿Qué hacéis aquí?
—No... nosotros no.... arriba, la tienda... excursión —balbuceaba Alex, que todavía no se había repuesto del susto. Paula tampoco que le había agarrado y se refugiaba tras su espalda.
—Vale, no pasa nada. Que hemos montado una batallita y os hemos pillado en medio. ¿No os habremos asustado, verdad?
—¿Podemos salir?
—Si, venga, ya pasó el peligro —les dijo aguantándose la risa.
No esperaron más, salieron a la pasarela y subieron las escaleras hasta el llano superior. Entretanto había llegado más gente. Había varias tiendas plantadas.
Paula se giró hacia Alex:
—¿Hemos huido de una pandilla de descerebrados que jugaban a la guerra?
—Esto... pues...
—Es igual, ¿qué hacemos ahora? Porque no me apetece nada ponerme ahora a plantar una tienda. Y menos cerca de esos brutos, que a saber qué harán el resto de la noche.
—Si no recuerdo mal, siguiendo por la carretera hay un hotelito.
—Ya estamos tardando. ¡Vamos ya!
Llegaron hasta el coche, que seguía aparcado donde lo dejaron y bien cerrado. Entraron y recorrieron un par de kilómetros hasta encontrar el hotelito.
Había una habitación libre, aunque solo para esa noche, y se la quedaron. Subieron enseguida a recomponerse y curarse las heridas y magulladuras. La sangre seca ya había impresionado a la recepcionista, que estuvo a punto de llamar a la policía.
Media hora más tarde estaban descansando, cuando a Alex se le ocurrió decir:
—Por esta noche ya tenemos alojamiento.
—Sí, ya es algo.
—Pues sí. Por la mañana podríamos dar un paseo y ver donde podríamos acampar la próxima noche, ¿no te pa...?
No llegó a acabar la frase. El impacto de la almohada, que Paula le tiró a la cabeza, le hizo caer al suelo.



Selin

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1 comentario:

  1. Muy interesante, me atrapó desde el principio y pensé que acabaría en tragedia. Felicitaciones :)

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