miércoles, 2 de noviembre de 2016

Sacrificio

Esta historia participa en el "Concurso de historias de miedo" organizado por Zenda Libros:


Desde la gruta, Julia veía como se acercaban las antorchas. Pronto llegarían al claro que había delante de la entrada. Otra vez se repetía el mismo ritual supersticioso y una desdichada víctima, que, como siempre, habría sido escogida entre los desfavorecidos, sería ofrecida para apaciguar al monstruo.

Ella misma había pasado por la misma situación, arrancada de su familia por la fuerza, con una última visión de su hermana pequeña agarrada a las rodillas de las faldas de su madre.

Después la habían arrastrado hasta una piedra que se erguía vertical en el centro del claro. Junto a la base, los restos del último sacrificio: unas cuerdas manchadas, revueltas con unos pocos huesos. Paralizada por el espanto, apenas opuso resistencia cuando la dejaron allí, atada con una cuerda que ya se había empezado a manchar de algo viscoso  y maloliente que impregnaba la roca y ahora se mezclaba con la sangre de sus magulladuras.

Avanzó la noche, la luz de la luna iluminó el claro y una extraña figura asomó reptando desde la gruta. Cuando estuvo cerca, pudo observar que era una especie de lagarto enorme, aunque con rasgos vagamente humanos. Intentó retroceder, salir de allí, pero las cuerdas la retuvieron junto a la roca y restregaron aún más su cuerpo.

Aquel monstruo llegó hasta donde estaba y se quedó inmóvil a su lado, como si esperara que sucediese algo. Julia no esperó a que ocurriese nada. El instinto de supervivencia fue mayor que su miedo y agarró un hueso largo, roto por un extremo, que fue el que le clavó en el cuello a la bestia.

Demasiado fácil. No llegó a desatarse. Empezó a notarse rara y un intenso escozor se extendió por todo su cuerpo. Un extraño acaloramiento se adueñó de su cuerpo y, sin poder escapar, cayó al suelo en medio de una pesadilla febril.

Al alba despertó y comprendió la fatalidad de su destino. A su lado yacía aquel ser monstruoso y ahora ella tenía un aspecto parecido. Tantas historias que se habían contado y ninguna era cierta. La sencilla verdad era que había liberado un alma atrapada en una abominación para ahora ocupar su lugar.

A partir de entonces, aunque aquel odioso cuerpo apenas necesitaba alimento, siempre sentía el ansia de devorar otro cuerpo. La primera vez fue horrible, pero pronto se dejó llevar. La repugnancia y la desesperación hacían que prefiriera perder la cordura.

Ha pasado mucho tiempo. Al fondo, un amontonamiento de historias que no quiere recordar. Suyas y de quienes estuvieron antes. Pronto Julia será parte de esos restos. Se siente débil para continuar esa vida horrible.

Una vez más, la marcha de las antorchas avisa que la suerte está echada. Julia repta hasta la entrada con dificultad. En la piedra, como siempre, ¡qué falta de originalidad!, otra muchacha. Atada y asustada. Grita y forcejea ante la horrorosa visión. Se acerca. Huele la presa, a su pesar saborea su miedo, mientras evita mirar su rostro. Es mejor no saber.

La víctima se retuerce. No hay escapatoria. Su cuerpo cede, se tambalea e hinca las rodillas cuando las piernas dejan de sostenerla. Será el final. Pero abre los ojos una última vez. Por puro instinto. Quiere ver su muerte de cerca antes del final.
Ante la visión, un estremecimiento nubla su mirada. Una idea aterradora aparece en su mente.

—¡Tú! ¿Cómo es posible? ¿Pero, por qué estás así?

Julia reacciona por un momento ante esa voz familiar, pero no va a desaprovechar esta nueva oportunidad. Se acerca hasta casi tocarla, dejando el cuello descubierto, dispuesta a morir como otras veces, aunque, por desgracia, siempre sin éxito. Las víctimas nunca tenían el ánimo suficiente.

-¡Por favor! ¡Soy yo, Alba, tu hermana!

Un desvaído recuerdo aflora desde lo más profundo. Avanza una garra y le rebana a Alba el pescuezo. Una muerte limpia, sin carnicería. Julia seguirá sufriendo su destino, el mismo al que no ha sido capaz de condenar a su hermana.

Se vuelve al interior de la gruta, el cuerpo inerte queda atrás. Hoy no, pero sabe que, cuando desaparezca el recuerdo, volverá para saciar su ansia.


Selin

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